Hace 250 años nació en Salzburgo Wolfgang Amadeus Mozart. En sus primeros años de vida sorprendió como niño prodigio; se sucedieron las estaciones y el niño se transformó en un adolescente lleno de juventud y entusiasmo que decidió seguir por el sendero de la música. Pasó el tiempo y se convirtió en un adulto que triunfó como compositor, siendo intensamente fecundo en su labor. A los treinta y cinco años, tras una enfermedad, murió tal como había vivido: haciendo música… Y a partir de este momento surgió el mito, un mito que ha perdurado a través de las modas y las generaciones hasta hacer realidad la celebración de este aniversario: el de su nacimiento. ¿Qué le debemos a este genio sin precedentes? ¿De dónde procede esta aureola de misterio en torno a las circunstancias que conformaron su vida?

Lo cierto es que la biografía de Mozart atrae de forma cautivadora, pues desde sus primeros años un sinfín de anécdotas la envuelve con toques que inspiran ternura, admiración, prodigio, rebeldía y genio. Desde la cuna su vida transcurrió en una familia musical en la que su padre y su hermana mayor interpretaban melodías que despertaron su amor por el sonido. A los tres años ya quiso tocar el violín y lo hizo sin haber recibido ni una clase; recién cumplidos los cuatro, interpretaba sus propias composiciones que su padre se complacía en trasladar a partituras, pues su hijo todavía no sabía escribir. Fue también su padre quien le organizó una gira por más de setenta y cinco ciudades en ocho países de Europa, en los que se dio a conocer al pequeño portento que a los trece años era capaz de transcribir de memoria el Miserere de Allegri, compuesto para dos coros a nueve voces y cantado en la Capilla Sixtina. Ya en su adolescencia se fue gestando el carácter de un músico que liberó a los miembros de su profesión de ser considerados sirvientes de un señor que los tenía contratados a su disposición; el valor de rebelarse contra el arzobispo Colloredo provocó un despido con cajas destempladas. Este hecho marcó un hito para los músicos de aquella época -finales del siglo XVIII-, que tuvieron el ejemplo de un músico sin contrato fijo que realizaba encargos y daba clases de forma independiente, llegando a tener más que considerables ingresos y una notable posición social. Por aquel entonces se casó con Constanza, la esposa que le daría siete hijos de los que sólo sobrevivieron dos. Su padre no aceptó este enlace y sus relaciones se deterioraron de forma gradual hasta el fin y es que Mozart ya no era el joven obediente y sumiso que cumplía los designios paternos, sino un hombre que sabía lo que quería y necesitaba poder vivir su propia experiencia sin ataduras familiares que le devolvían continuamente a su infancia.
Finalmente, tras padecer toda su vida una salud enfermiza y frágil, murió a los treinta y cinco años, presumiblemente de fiebres reumáticas unidas a insuficiencia renal. Parte de la leyenda le atribuye una muerte por envenenamiento, envidias y complots a través del misterioso encargo de un Requiem por un hombre que apareció con una máscara; tales elementos se han ido tejiendo a lo largo de los años alimentados por películas que no son fieles a la realidad. Lo cierto es que su vida no necesita de inventos para ser apasionante: la realidad objetiva resulta increíble y provoca asombro.

En su breve existencia compuso más de 626 obras entre conciertos, óperas, sinfonías, sonatas para piano, música sacra, danzas, etc. Mozart tenía tal facilidad para componer, que sus partituras manuscritas parecen escritas al dictado sin ninguna corrección. En cierta ocasión explicó que él sentía que se le había concedido un don: el poder de ver la obra musical con claridad en su mente, por lo que para él su genio se limitaba a escribirla en el papel; era como un sueño pero en el momento de despertarse seguía recordando perfectamente las melodías y por todo ello daba gracias a la Providencia.

Los niños prodigio generalmente compensan su virtud sobresaliente con un comportamiento atípico y excéntrico que de alguna forma pretende equilibrar su don. Sin embargo, el caso de Mozart no fue así. Se trataba de un niño feliz, agradable, cariñoso, con un gran sentido del humor, inteligencia e inquietud para las cuestiones trascendentes de la vida: esa inquietud, entre otras cosas, le condujo a ingresar como masón en una época en que la Ilustración en la Viena de José II impulsaba vientos de reforma y cultura.

Estas breves notas respecto a su vida sirven de preludio a la reflexión sobre el Efecto Mozart que tan de moda está en los últimos tiempos.

¿QUÉ ES EL EFECTO MOZART?

Se llama así al fenómeno que se produce al escuchar la música de este artista. Los beneficios que se han podido aplicar en numerosos campos no paran de crecer y una aureola de magia se va gestando en la medida que se promociona su audición. Algunos ejemplos de las consecuencias derivadas del Efecto Mozart son:
– Estimula al feto en el periodo de gestación, lo armoniza y tranquiliza a la vez.
– Su audición posibilita que se retrase el nacimiento prematuro en niños precoces.
– Usada bajo la batuta de profesionales de la psicología, puede aplicarse en la superación de traumas emocionales y problemas mentales, aliviando e incluso superando totalmente algunos casos.
– Potencia la memoria, la capacidad de atención y concentración y todo ello redunda en una mejora del sentimiento de autoestima.
– Mejora el rendimiento escolar en niños que regularmente escuchan su música, especialmente en el campo de las matemáticas y las ciencias espaciales.
– Facilita el aprendizaje de idiomas al mejorar el oído.
– Se utiliza en hospitales como música ambiente para estimular a los trabajadores en sus turnos («cafeína» para el oído), así como para tranquilizar a pacientes y familiares en los difíciles momentos que suelen tener que enfrentar.

La lista podría seguir con centros de psicología que utilizan su música como terapia, pero lo importante sería tratar de entender el porqué de estos beneficios.

ANÁLISIS DE SU MÚSICA
Si se hace un estudio de los sentimientos y emociones que provoca su música, aparece un equilibrio dinámico entre pasajes de relajación y pasajes de exaltación o alegría. Sorprendentemente el hilo conductor de sus composiciones se combina guardando un equilibrio que provoca una serenidad activa que, al ir acompañada de energía y de vitalidad, potencia la acción. Aplicada a todas las facetas del ser humano causa una sensación de vitalidad, emociones más sanas y optimistas y una predisposición más eficaz a la actividad mental.

También es interesante observar que se trata de uno de los compositores que más alto registro usa en sus obras; esto significa que las notas agudas aparecen con regularidad y esa frecuencia de vibración estimula el cerebro de forma más intensa.

Pese a todo lo dicho, estas características las podemos encontrar también en obras de otros músicos como Vivaldi, Haydn, Beethoven… Al constatar esto, es cuando conviene despojar de vestiduras artificiosas todo lo que envuelve la figura de Mozart. La aureola de misterio es un marketing que realmente estimula que Mozart sea escuchado por un público más amplio y en eso cumple su función. La música de Mozart es única porque es armónica, equilibrada, bella, extensa y provoca múltiples sentimientos positivos en los oyentes. El prodigio estriba realmente en aquello que le impulsaba a crear estas armonías, lo que le inspiraba a captar melodías que surgían espontáneas y con fluidez, el uso de las formas musicales, así como su aparente sencillez que le hacía ser grande, su humanidad y el espíritu de concordia que refleja en sus cartas.

Sería difícil elegir sus mejores obras, pues en todos los géneros destaca, pero no podemos dejar de mencionar sus dos composiciones finales que coronan una trayectoria de creaciones sublimes: la ópera La flauta mágica y el Requiem, que dejó incompleto. Mozart vivió pocos años, pero si le valoramos por la cantidad y la calidad de las obras que dejó, a lo que podríamos añadir su pasión por saborear cada instante, su existencia fue larga e intensa. Se entregó a la vida desde los primeros años de su infancia hasta los últimos minutos, componiendo aún en su lecho de muerte. La vida le correspondió haciéndole inmortal a través de su obra, una obra que aunque se escribió hace dos siglos ha vencido las inexorables modas que todo lo opacan: es una obra actual porque conmueve al hombre del siglo XXI y porque cautiva con su profundidad y con su alegría, con su belleza y con su naturalidad.