«Nada está inmóvil; todo se mueve; todo vibra». Según este antiguo axioma, todo lo que existe en el Universo vibra. Las partes en las que se descompone el átomo, los electrones junto a los protones y neutrones, están en constante movimiento; esta vibración a la que está sometida el aire, el agua o la propia materia, oscila en diferentes niveles de frecuencia que se diferencian en relación a su velocidad de movimiento. Estas frecuencias pueden manifestarse en forma de luz, color, sonido y forma. En el mayor grado de velocidad se produce la oscilación de las ondas de luz, y sus respectivos colores varían según los cambios de vibración. A menor velocidad surge el sonido y siguiendo la desaceleración apa-recen las formas. En todo momento estamos refiriéndonos a la vibración que, con sus frecuencias determinadas, crea todos los planos de existencia, desde los más sutiles hasta los más densos.
El ser humano está dotado de los sentidos, una especie de «antenas» que pueden captar y decodificar las diferentes frecuencias. En realidad, todos ellos se hallan relacionados entre sí, la diferencia estaría en la forma en que cada uno es capaz de captar unas determinadas frecuencias y, a continuación, enviar la información al cerebro. El sentido auditivo se encuentra muy relacionado con el tacto; conforma el primer sentido que se desarrolló y afecta a todos los demás. En realidad, las moléculas de aire desplazadas por los sonidos entran en contacto con el tímpano y registran un mensaje que el cerebro capta como sonido. De igual modo, las ondas acústicas entran en contacto con toda nuestra superficie corporal y es por ello que, a menudo, según el sonido emitido, sentimos presión en el plexo solar, la cabeza, el vientre, etc.
El ser humano puede captar una frecuencia entre 16 y 20.000 Hz a través de su órgano auditivo. Inferior a los 16 Hz se encuentran los sonidos subsónicos y por encima de 20.000 se hallan los ultrasónicos. Las frecuencias extremadamente altas se pueden percibir en forma de calor en la piel, por lo que reciben el nombre de «térmicas».
Al respecto, Daniel Barenboim comenta: «El espacio que ocupa el sistema auditivo en el cerebro es menor que el que ocupa el sistema visual, aunque según el neurólogo Antonio Damasio, está más cerca de las partes del cerebro que regulan la vida, son las zonas del dolor, el placer, los impulsos y las emociones básicas. Además, el ser humano puede cerrar los ojos cuando quiere, pero es incapaz de desconectar los oídos, el sonido penetra en el interior y le influye de forma más directa sin que el ser humano tengo control alguno sobre dicha influencia». Todas estas observaciones no hacen más que reforzar la extraordinaria importancia que tiene el sonido en el ser humano, teniendo en cuenta, a nivel anatómico, la ubicación de los órganos receptores de sonido y sus características.
Catalina Simonet Vidal
Pedagoga
Directora de la Escola de Música Renacimiento