Música y Psique: influencia de la música II

Tal como vimos en la primera parte de este artículo, la música está interrelacionada de forma directa con los seres vivos (las plantas y los animales también están influenciados por el sonido). Si analizamos cada elemento musical, se puede observar de qué forma se dirige a cada uno de los aspectos humanos, que es el tema que hoy nos interesa.
En primer lugar está el ritmo, que es la combinación múltiple de las diferentes duraciones que puede tener el sonido. No es necesario más que un sonido repetido varias veces para producirlo, y sus vibraciones se dirigen directamente a nuestro cuerpo físico. Un sordo puede captar las vibraciones musicales, puesto que nuestro cuerpo las recibe y, por simpatía o rechazo, se amoldan a nuestro ritmo interno. La música afecta a las cefaleas, a la circulación sanguínea, al latido del corazón, al insomnio, a los pulmones… la lista es interminable. Por ejemplo, según qué músicas pueden aumentar hasta el doble la capacidad de respiración de los asmáticos; en otro ámbito, el Adagio de Barber o los Nocturnos de Chopin, relajan de tal forma que facilitan el sueño. Hay libros donde se desarrollan listados exhaustivos de piezas musicales recomendadas para cada problema.
Este conocimiento es muy antiguo, ya los chamanes de los indios norteamericanos curaban a sus pacientes enseñándoles canciones personalizadas según la necesidad. En el Tíbet, los monjes conocían la ciencia de «escuchar el sonido propio de cada enfermo», y se encargaban de restablecer las vibraciones de su cuerpo por la captación simpática del sonido que deberían tener estando sanos. Durante días, hacían sonar por turnos las famosas trompetas tibetanas, que se adentraban por todos los poros del ser produciendo la sanación.
El ritmo afecta de forma muy directa a la energía: cuando estamos cansados por falta de fuerzas, una buena música rítmica nos llama a la acción, al movimiento; recordemos los tambores de guerra antes de las batallas. Realmente es difícil permanecer impasible ante una música que llama a la danza de forma penetrante. Todo lo expuesto lo vivimos de forma natural, sin pararnos a pensar que nosotros, si queremos, podemos provocar estos estados. Es curioso cómo incluso nos ponemos a canturrear o a silbar cuando queremos distraernos de un problema o simplemente para insuflarnos fuerza y ánimo.
El segundo elemento es la melodía, que se dirige a las emociones que nos envuelven continuamente. La melodía es la sucesión de notas que van cambiando de altura; al igual que ellas, nuestra psique sube y baja con frecuencia.
En general, sabemos por experiencia personal que la música anima más a mayor volumen y tempo y, por el contrario, las de menos tempo y velocidad son más relajantes. Pero no siempre es así, depende del temperamento y del carácter de cada ser humano; las vibraciones que emite el objeto receptor son diferentes en cada caso y es por esto que reaccionan de forma diferente según la emisión. Una persona que está triste, por poner un ejemplo, no tiene por qué alegrarse al escuchar algo muy alegre; al contrario, puede caer más en la tristeza, porque el choque de vibraciones es demasiado agresivo y la persona no siente ninguna unión o conexión con esa música. A una persona con gran temperamento le puede relajar una música muy animada, pero que conecta con su temple sin alterarle. El poder beneficiarse de la música implica el conocerse a uno mismo y ser capaz de estudiar nuestras reacciones ante las diferentes épocas de la música clásica, incluso ante los diferentes estilos musicales en general.
Por último está la armonía, que es la combinación de diferentes sonidos de forma simultánea. Conecta especialmente con nuestra mente. El placer no sólo de escuchar, sino de entender la música, es inigualable. Poder captar la intención del compositor, conociendo sus procesos armónicos, es posible sólo en músicos; pero por otro lado, percibir la belleza del conjunto de sonidos, que de forma magistral combinan entre sí creando un todo ligado por la armonía, es posible en toda persona sensible, sin necesidad de conocimientos teóricos.
En general, los seres humanos tenemos dos tendencias temperamentales: hacia lo racional o hacia lo emocional. Los que tienden hacia lo primero, se deleitarán más con una música intelectual, que apreciarán no sólo a través de las emociones, sino especialmente a través de la mente, analizando la composición, para lo que se requieren ciertos conocimientos musicales. En cambio, los de tendencia emocional, conectan de forma muy especial con las melodías de forma más plena. Aunque todos participamos de ambas tendencias, siempre nos inclinamos por una de las dos, dependiendo del momento psicológico en el que nos encontramos.
Como resumen, podríamos decir que la música afecta al ser humano por:
– la tensión o relajación que produce en su cuerpo.
– la reacción emocional que produce en sus emociones.
– las imágenes mentales que produce en su mente.
De todas las cualidades anteriores, me atrevería a afirmar que la más importante es la capacidad de imaginación intuitiva, que junto con el pensamiento racional conforman las dos vías de conocimiento. A través de la razón, nuestra mente puede analizar, reflexionar, deducir, comprender… Por otro lado, la imaginación bien dirigida -no la fantasía indiscriminada-, nos permite tener vivencias y percibir certezas que van más allá de la mente. Todo ser humano tiene certezas acerca de cuestiones de la vida como la existencia de una parte espiritual en el hombre, la Belleza, la Justicia, etc. La música es el lenguaje que nos permite acceder a estas realidades de forma directa, por comprensión intuitiva. Escuchando el Réquiem de Mozart, podemos conectarnos con la grandeza de la inmortalidad; sus armonías son el vínculo que nos permitirán recorrer parajes a los cuales no se puede acceder de forma ordinaria. Hay personas dotadas de una facilidad natural para entender el lenguaje musical: pueden «traducir» lo que evoca cada composición, ponerlo en palabras y ayudar a otros a descifrar esos mensajes. Son personas dotadas de una gran sensibilidad y profundos conocimientos psicológicos, capaces de crear un puente entre la música y la psique.
Pero al fin y al cabo, todos tenemos acceso en mayor o menor medida a este sutil lenguaje. Al escuchar una determinada pieza musical, la imaginación nos permite evocar, recordar, soñar, proyectar, decidir, compartir, amar… en fin, elevar la conciencia y proyectarla hacia lo que esperamos de la vida, lo que soñamos de nosotros mismos, y todo ello guiado por la musa Euterpe, que siempre está allí, esperando a que la convoquemos, no sólo para componer, sino también para saber disfrutar con la música, porque esto… también es un Arte.

Catalina Simonet

Música y Psique: influencia de la música en el ser humano

Actualmente, el campo musical cuenta con un terreno muy fértil y fecundo en el que los productos y las multinacionales discográficas arrasan; disponen de un amplio mercado que conquistan con superventas y grandes éxitos que tenemos oportunidad de escuchar en todos los medios de comunicación. Según este baremo, podríamos concluir que la música está viviendo una etapa gloriosa, como si finalmente el hombre valorara y apreciara el arte más sutil en su justo valor, pero… ¿podemos deducir que el hombre es consciente del poder del sonido y lo sabe aprovechar para armonizar y equilibrar su cuerpo, su energía, su psique y su mente? Cada cual debe responderse a sí mismo, pero lo que sí está claro es que el concepto de música a nivel social ha perdido la importancia que ha tenido en otros momentos civilizatorios, como es el caso de la Grecia clásica, del Tíbet, Egipto u Oriente en general, por citar unos cuantos. Para analizar esta cuestión hay que remontarse a la esencia de la música, que es el sonido, y éste se produce por la vibración de un cuerpo. Según los conceptos físicos, todo volumen vibra en su composición interna, de ahí deducimos, siguiendo el silogismo, que todo cuerpo produce un sonido con su sola existencia: las plantas, las montañas, los planetas, los animales, las personas… todo lo que existe en el Universo tiene su propio sonido según la masa, la velocidad de sus vibraciones y muchos factores más, que merecen un artículo propio. El que no seamos capaces de oírlo se debe a que nuestro oído sólo abarca una determinada franja de sonidos; los perros, por ejemplo, pueden percibir la llamada de un silbato especial que el hombre no oye. Basándonos en lo anterior, resultará más fácil comprender cómo Boecio, en el siglo VI d.C., diferenció entre tres tipos de música:
1- Musica Mundi: la que emitían los planetas, haciendo sonar la música de las esferas.
2- Musica Humana: la que emite todo ser humano como ser vivo, el cual -según la ley de analogía de los antiguos griegos-, es un microcosmos que se rige por las mismas leyes que el macrocosmos o Universo.
3- Musica Instrumentalis: toda la música realizada por el hombre (es lo que hoy en día llamamos música en general).
Como podemos apreciar, la definición se ha restringido mucho, limitando también su función y las posibilidades de apreciarla en su esencia más profunda. Universo deriva del término latino uni-versus que significa «una dirección, un camino»; relaciona todo lo que existe y lo enlaza en una sola meta evolutiva a la que aspira todo lo creado. Existe una interrelación en la totalidad de la Naturaleza y el hombre forma parte activa de ella, pudiendo colaborar y a la vez beneficiarse de esta armonía.
La música tiene un auténtico poder sobre los seres vivos que no sólo captamos a través del oído, sino que sus vibraciones pueden sintonizarse con las nuestras a nivel físico y energético. Se dio el caso de un niño de 6 años totalmente sordo que, al «escuchar» música a través de su plexo solar, se quitó la camisa para poder apreciar mejor estas vibraciones que le resultaban tan agradables. Y es que cada ser humano tiene su propio tono vibratorio, su propio sonido único, que tiene relación con su temperamento, su carácter, su cuerpo… en fin, con todo su ser. Los antiguos chamanes decían que cuando el hombre enfermaba estaba desafinado y que su misión era volver a afinarlo, como si de un instrumento se tratara. Platón comparaba al hombre con una lira: según el ejemplo, las cuerdas que forman la lira son la psique, si las cuerdas están poco tensas no suenan, hay laxitud; si están demasiado rígidas se pueden romper, aparte de que el sonido que producen es tenso, como las emociones cuando hay tensión. Por otro lado, el marco que une las cuerdas es el cuerpo, que tiene que estar entero, sin grietas ni golpes. Para que el sonido surja armónico no pueden fallar ni el marco ni las cuerdas. Este concepto, expresado metafóricamente, es la base de las medicinas alternativas, que trabajan a nivel psicosomático, cosa que hoy en día está muy aceptada. El ser humano no es un mueble con diferentes cajones independientes entre sí, sino que es un ente totalmente interrelacionado en su interior: ¿cuánta gente no enferma de un disgusto? ¿cuánta gente no se cura físicamente por una voluntad interior de vencer, unida a la disposición de ánimo? Todos lo hemos vivido en alguna ocasión.
La música, pues, no es tan sólo un arte que nos deleita; si sabemos seleccionarla, si somos capaces de conocer cuál es la que responde a nuestras vibraciones personales, podremos beneficiarnos de ella, mejorando nuestra vida hasta extremos insospechados. La música actúa como un amplificador de las emociones que queramos proyectar, las puede engrandecer, incluso las puede transmutar cuando no nos sentimos cómodos con nuestro estado de ánimo. La actitud ante la vida, a la hora de enfrentarse al día a día, puede cambiar con una música bien elegida. Es interesante, al respecto, un documental que explicaba el proceso de montaje de una película. Una vez seleccionada la imagen de una escena, había que incorporarle una música adecuada a la situación. El experimento consistía en proyectar la misma escena con diferentes músicas, produciendo -cada una de ellas- una emoción diferente: en una parecía que contemplábamos una escena cómica, incluso hilarante. La misma escena con otra música insuflaba terror, otra aburrimiento, otra intriga… ¡y se trataba de la misma escena! Si aplicamos esto a nuestra propia vida, la respuesta es muy clara: podemos moldear nuestras vivencias y disfrutar con cada acción, hacer que sea especial, diferente, única, porque la música que la envuelve es especial para nosotros.
El problema aparece cuando no hay una educación del oído, con lo que es muy normal que no se sepa el modo de aplicar esta ciencia, pero el primer paso para conquistar el sonido es ser consciente de su importancia. No en balde el oído es el primer sentido que se forma durante el embarazo en el cuarto mes. El órgano de Corti contiene los sensores de sonido en el oído interno y, a partir aproximadamente del séptimo mes, el bebé puede responder a los estímulos sonoros externos que recibe, siempre teniendo en cuenta que están amortiguados, para protegerlo del propio latido del corazón materno, así como de la digestión. Se han dado casos de recién nacidos que se calman ipso facto con las músicas que habían escuchado antes de nacer, y cuando estos niños eran adolescentes, al sufrir una situación tensa se calmaban al volver a escuchar estas músicas, con las que se sentían tan familiarizados. No es de extrañar, entonces, que se esté recuperando la ciencia de la musicoterapia. Actualmente, en países como Estados Unidos, Inglaterra, Alemania y muchos más, hay estudios universitarios, hay profesionales que cada vez pueden realizar su misión de forma más extensa. Lo importante, no obstante, es poder ser nuestros propios musicoterapeutas y no tener que esperar a acudir al médico para curarnos de una enfermedad ocasionada por tensiones y desarmonías internas. Lo importante es poder evitarlas con una calidad de vida en la que la música, si queremos, puede ser una compañera que nos apoye en los buenos y en los malos momentos, siempre insuflándonos fuerzas para seguir con la aventura diaria.
En el próximo número analizaremos los elementos de la música y su relación más concreta con cada parte del ser humano.

Catalina Simonet

La influencia de la música en los niños

El ser humano se ha preocupado de crear música, de rodearse de sonidos afines a sus gustos personales; multitud de estilos están al alcance de nuestros oídos: clásica, jazz, rock, new age… No obstante, condicionantes sociales y educacionales nos encaminan hacia unas variantes u otras, y ello determina la música de fondo que nos acompaña en los momentos especiales de nuestra vida, en el día a día, en nuestros momentos de soledad, compartiendo alegrías con amigos… en fin, la música puede ser nuestra mejor compañera si sabemos apreciarla como tal.

Estamos habituados a convivir con ella, pero ¿valoramos realmente hasta que punto afecta nuestros actos? La naturaleza, conocedora de este potencial, se ha encargado de que el oído sea el primer sentido que se forma en el feto. En el embrión hay un esbozo de oreja desde los momentos iniciales de la organización celular. Ya desde el cuarto mes de gestación, el Órgano de Corti (parte del oído interno donde se encuentran los sensores de los sonidos) alcanza su pleno desarrollo y, finalmente, en el séptimo mes, el feto reacciona a estímulos sonoros, reconociendo entre otros, la voz de la madre y músicas escuchadas periódicamente.

Se han realizado numerosos experimentos al respecto, especialmente con música clásica; un grupo de niños se calmaba automáticamente, dejando de llorar, al escuchar determinadas sonatas de Mozart que habían escuchado en el interior de la madre. Al cabo de quince años, provocaban aún una inmediata relajación en los adolescentes; tal es el carácter benéfico de la música.

El director de orquesta Boris Brott era capaz de ejecutar pasajes sin partitura, desconocidos para él, porque durante el embarazo se los había oído tocar repetidamente a su madre, que era violinista.

Por deducción de todo lo anterior, es obvio que la educación musical durante la infancia enriquece y condiciona totalmente las posibilidades de disfrutar ejecutando un instrumento o simplemente como melómano, pero aún más importante es la influencia que ejerce sobre la formación del carácter. Como profesora de filosofía y de música, esta cuestión siempre ha despertado mi interés y preocupación para poder colaborar en una correcta educación. Años de investigación y de búsqueda me llevaron al encuentro de un especialista en la materia: Edgar Willems. Este musicólogo y pedagogo suizo, a través de sus investigaciones y de modo admirable, propone un sistema musical que extrae del interior del ser humano la musicalidad. En su preocupación por unir elementos fundamentales de la música con los de la naturaleza humana, reconsidera el concepto de educación defendido por Platón y los pitagóricos, según el cual, la música -como formadora del alma- contribuye a una mejor armonía del hombre consigo mismo, con la naturaleza y con el cosmos.

El niño, tal como señala Willems, desde los tres años es capaz de recibir una formación musical metódica. Por supuesto, esto no contradice la idea de que la educación natural viene dada durante el proceso de gestación del futuro bebé, pero a partir de esta edad, los pedagogos pueden complementar la labor de los padres, preocupados por formar a sus hijos.

Esta primera etapa es fundamental y delicada a la vez, el niño está desarrollando su subconsciente con ideas, sentimientos y facultades que perdurarán, posiblemente, durante toda su vida; si esos primeros pasos son incorrectos, podemos encontrarnos con un futuro adulto incapaz de entonar, de disfrutar con la música y de sentir realmente la influencia que puede ejercer el sonido en su vida.

Generalmente, en el terreno musical se ha sistematizado la costumbre, imagino que por comodidad, de otorgar tan sólo la capacidad de ser músicos a niños dotados para ello desde el nacimiento. No entraremos en las ventajas de reunir estas condiciones, pero considero que limitar el campo de acción musical a este grupo es injusto para tantos otros que, con una buena formación, podrían haber sido educados (educar proviene de educir, «sacar de dentro») consiguiendo muy buenos resultados también. No todos los grandes músicos conocidos fueron un Mozart ni nacieron con grandes facultades; fue en base a una muy buena formación que pudieron educir y conquistar, por propio esfuerzo personal, grandes cumbres que jamás hubieran conquistado de no haber creído en la superación personal.

A modo de ejemplo, he tenido alumnos que entonaban bien desde el primer día de forma natural, otros en cambio, demostraban dificultades para imitar los sonidos. No hay que rendirse, sino ir en busca de la causa que origina este impedimento. Resumiéndolos, podríamos hablar de problemas auditivos que no registran el sonido correctamente o de problemas vocales para reproducirlos. En ambos casos hay un gran porcentaje de educación, aunque sin caer en la utopía de que todo el mundo es sensible a este cambio. Existe la posibilidad de que el niño sea lo que vulgarmente se llama «un negado» y ante esta evidencia hay que buscar qué dotes o facultades tiene como compensación natural, pues es bien cierto que todo ser humano sirve para algo y puede canalizar su expresión artística a través de la pintura, la literatura, la danza  o cualquier otra forma.

Los alumnos que más satisfacción aportan al profesor son los que empezaron con problemas y con el tiempo han ido corrigiendo y mejorando su sentido musical; no se trata de establecer marcas, ni de realizar comparaciones, pues cada cual debe compararse tan sólo consigo mismo en distintos espacios temporales de su vida.

Cuanto más pequeño es el niño, es más moldeable, y todavía no ha desarrollado completamente su estructura interna, con lo que puede aprender con más facilidad. Niños que comienzan a temprana edad, quitando excepciones drásticas, desarrollan una sensibilidad, un amor a la música y unas facultades rítmico-melódicas que, aplicadas a un instrumento, proporcionan inmensa satisfacción por sus buenos resultados.

Por último, no hay que olvidar que las leyes que presiden el desarrollo del lenguaje corriente y de la música son las mismas: primero se comienza por la audición e imitación de sonidos, de palabras, de frases y de expresión personal. Siguiendo el paralelismo, es incorrecto comenzar en la música aprendiendo su escritura, el solfeo (como si fuéramos adultos aprendiendo un idioma nuevo). La música es un lenguaje universal que debe aprenderse como el idioma natal, primero con canciones y audiciones, y cuando se vive de forma natural se puede entonces realizar la alfabetización.

El reto es apasionante y el trabajo se ve dificultado por esquemas rígidos referentes a la educación musical tradicional, pero el tiempo y los resultados irán hablando por sí mismos en el futuro.